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CAPITULO PRIMERO JUVENTUD DE SAN FRANCISCO Asís está todavía poco más o menos como estaba hace seis o siete siglos. La torre feudal está en ruinas, pero el aspecto de la ciudad es siempre el mismo, con sus largas calles desiertas a cuyos lados se levantan casas seculares. Escalonada en la mitad de la cresta de una colina dominada arrogantemente por .el monte Subasio, con– templa a sus pies todo el llano de la Umbría, desde Pe– rusa a Espoleta. Las casas trepan sobre la roca como chicos amontonados, que se empinan para estar seguros de verlo todo; tan bien lo consiguen, que desde cada ven– tana se abarca todo el panorama enmarcado en colinas prominentes, en cuyas cimas, aldeas y castillos se recortan sobre un cielo de limpidez incomparable. Los humildes hogares no cuentan más que de cinco a seis pequeñas habitaciones, pero los tonos rosados de la piedra les dan una alegría extraordinaria. La casa en que nació, según se dice, San Francisco, ha desapa– recido casi enteramente para dar lugar a una iglesia; la calle es tan modesta, lo que subsiste del palazzo dei geni– tori di San Francesco, tan perfectamente semejante a las casas vecinas, que la tradición debe tener razón. Fran– cisco entró vivo en la gloria; sería extraño que no se rin- . diera de inmediato alguna especie de culto a la casa en que nació y en la que pasó los primeros veinticinco años de su vida. Vino al mundo hacia 1182. Los biógrafos nos han con– servado muy escasos detalles sobre sus padres. Su padre, Pedro Bernardone, vendía paños y telas y ganaba en este comercio mucho dinero. Es sabido cuán diferente era entonces la vida de los comerciantes de lo

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