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224 de la Santa Capilla. Me ha costado mucho impedir que el chantre y Enrique hicieran lo mismo." El largo y entusiasta capítulo consagrado a los Her– manos Menores por el mismo autor, en su grande obra sobre el Occidente, es demasiado desarrollado para poder reproducirlo aquí. Es un cuadro viviente y exacto de los primeros tiempos de la Orden, en que la predicación de Francisco ante el Sudán es contada de nuevo. Fué tra– zado en una época en que los hermanos no tenían monas– terios ni iglesias, y en que los capítulos se celebraban una o dos veces por año; ello nos retorna a una fecha an– terior a 1223, ·y aún, probablemente, a 1221. Tenemos, pues, así una contraprueba de los relatos de Tomás de Celano, en la que encuentran su confirmación puntual. Para las entrevistas de Francisco y del Sudán, es pru– dente atenerse a lo que cuentan Jacobo de Vitry y el Continuador de Guillermo de Tiro. Aunque éste haya es– crito en una época relativamente tardía (entre 1275 y 1295), hizo obra de historiador, y trabajó sobre docu– mentos auténticos; ahora bien, no conoce, como tampoco Jacobo de Vitry, el ofrecimiento que habría hecho Fran– cisco, de pasar a través del fuego si los sacerdotes maho– metanos se disponían a hacer lo mismo y establecer por ese prodigio la superioridad del cristianismo. Se ha visto cómo la apelación a signos no estaba en el carácter de San Francisco. Tal vez ese relato, hecho por Bonaventura, nació de un malentendido. El Sudán, como un nuevo Faraón, pudo poner al extraño predica– dor en la disyuntiva de probar su misión por milagros. Sea como fuere, lo cierto es que Francisco y su campa-– ñero fueron tratados con mucha consideración, cosa tanto más meritoria si se piensa que las hostilidades es– taban en pleno desarrollo. De retorno al campo de los Cruzados, quedaron allí hasta la toma de Damieta (5 de noviembre de 1219). Esta vez los cristianos vencieron, pero el corazón del hom– bre evangélico sangró tal vez más por esta victoria que por la derrota del 29 de agosto. El espantoso espectáculo