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222 En seguida llamó a un niño que jugaba cerca, y éste, prestándose contento al papel providencial que se le con– fiaba, designó con el dedo a los once hermanos que debían acompañar a Francisco. Ignoramos el itinerario que se siguió. Un solo re– cuerdo de ese· viaje nos ha llegado: el del castigo infli– gido en la isla de Chipre al hermano Bárbaro, que se había hecho culpable de una falta que el maestro detes– taba por encima de todo: la maledicencia. Era impla– cable para las cobardías de lenguaje, tan habituales a las gentes piadosas, y que a menudo convierten en infiernos a las casas religiosas en apariencia las más pacíficas. La villanía le pareció esta vez tanto más grave desde que había sido pronunciada delante de un extraño, un ca– ballero de la comarca. Este tuvo un instante de estupor cuando oyó a Francisco ordenar al culpable de tomar y comer un poco de estiércol de burro que había por allí, y agregar: · -Es necesario que la boca que ha destilado el veneno del odio contra mi hermano, coma ese excremento. Tal indignación, así como la obediencia del desgra– ciado, le llenaron de admiración. Es muy probable, como lo ha pensado Wadding, que los misioneros desembarcaran en San Juan de Acre. De– bieron llegar hacia mediados de julio. Fué, sin duda, en los alrededores de esa ciudad donde el hermano Elías se había establecido hacía uno o dos años. Allí Francisco se separó de algunos de sus compañeros que envió a pre– dicar en diversas direcciones, y él mismo, pocos días des– pués, se tué a Egipto, donde todos los esfuerzos de los cruzados se concentraban alrededor de Damieta. Al principio quedó muy afligido ante el estado moral del ejército cristiano. A pesar de la presencia de nume– rosos prelados y del legado apostólico, el ejército estaba desorganizado por la indisciplina. Francisco quedó tan afectado que al oír hablar de batalla próxima creyó de su deber aconsejar que no se batieran, porque los cris– tianos serían infaliblemente derrotados. Se burlaron de