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221 reproches; él, que habría envidiado tanto la suerte de los mártires, se sentía humillado por no haber sido juzgado por Dios digno de merecerla. Como la narración estaba entremezclada con algunas frases de elogio dirigidas al fundador de la Orden, prohibió continuar la lectura. Al día siguiente del capítulo, él mismo emprendió una misión del género de la que había confiado a los Herma– nos de Marruecos; pero procedió de manera muy dife– rente: no se revela en él ese celo ciego que corre hacia la muerte con una especie de frenesí, y hace olvidar todo lo demás; tal vez sentía ya que el esfuerzo continuo hacia lo mejor, la inmolación de todos los instantes a la ver– dad es el martirio de los fuertes. Esa expedición, que duró más de un año, es mencio– nada sólo en algunas líneas por los biógrafos. Feliz– mente existen sobre ella muchos otros relatos; pero ese silencio bastaría para probar la sinceridad de los primi– tivos autores franciscanos: si hubieran querido hacer obra de amplificación,. ¿habrían podido encontrar tema más propicio, fácil y maravilloso? Francisco dejó la Porciúncula a mediados de junio y se dirigió hacia Ancona, de donde los cruzados debían partir para Egipto, el día de San Juan (24 de junio). Muchos hermanos se unieron a él, lo que presentaba sus inconvenientes para un viaje por mar, en el que había que confiar en la caridad de los patrones de los barcos y en la de los pasajeros. Se comprende el embarazo de Francisco al llegar a Ancona y verse obligado a abandonar una parte de los que tanto deseaban ir con él. Las Conformidades cuen– tan un rasgo para el cual se podría desear una autori– dad más antigua, pero que corresponde perfectamente a la conducta de Francisco: condujo a todos los compañe– ros al puerto y les expu~o sus perplejidades: -La gente del barco -les dijo- se niega a llevarnos a todos, y no tengo el valor de elegir entre vosotros: po– dríais creer que no os amo a todos por igual; intentemos, pues, conocer la voluntad de Dios.