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216 Bernardo, ni de ninguna otra, sino tan sólo de la que Dios, en su misericordia, ha querido mostrarme, y de la que me ha dicho que quería, en ella, hacer un nuevo pacto con el mundo, y no ha querido que tengamos ninguna otra. Pero por vuestra ciencia y vuestra sabiduría Dios os confundirá. Por lo demás, tengo confianza que Dios os castigará; de grado o por fuerza seréis forzados a arre– pentiros, y no os quedará más que confusión. Ese ardor en defender y en afirma,r sus ideas, sor– prendió profundamente a Hugolino, que no agregó una palabra. En cuanto a Domingo, lo que acababa de pre– senciar en la Porciúncula fué para él una revelación. Sin– tió que su celo por la Iglesia no podía crecer, pero per– cibía también que con algunos cambios en sus armas, podría servirla con mucho más éxito. Hugolino sin duda le alentó en esa inclinación, y Do- mingo, obsedido por preocupaciones nuevas, emprendió, meses después, el camino de España. No se ha señalado con suficiente profundidad la crisis que entonces se pro– dujo en él; los escritores religiosos cuentan largamente su estada en la gruta de Segovia, pero sólo ven las prác– ticas ascéticas, las oraciones, las genuflexiones, y ni pien– san en encontrar la causa de todo eso. A partir de esa época, se puede afirmar que está constantemente ocupado en copiar a San Francisco, si esa palabra no tuviera un sentido algo desagradable; llegado a Segovia, funda, como los Hermanos Menores, una ermita fuera de la ciudad, perdida en las rocas que la dominan, y de donde él des– ciende de tanto en tanto para predicar al pueblo. La transformación de su manera de vivir fué tan evidente que muchos de sus compañeros se impresionaron tanto que se negaron a seguirle por la nueva senda, El sentimiento popular tiene a veces como intuicio– nes: se formó una leyenda alrededor de la gruta de Se– govia, y se dijo que Santo Domingo había recibido en la gruta los estigmas. ¿No hay en eso un esfuerzo incons– ciente para traducir, por una imagen al alcance de todos,