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210 sible por perjudicarle ante el Papa (1); es evidente que el éxito de la Orden, sus pasos que a pesar de todas las protestas contrarias hacían pensar en la herejía, la in– dependencia de Francisco que, sin ocuparse de hacer confirmar la autorización verbal y provisoria acordada por Inocencio III, dispersaba sus hermanos por todos los rincones del mundo, todo eso debía impresionar y asus– tar al clero. Hugolino, que conocía como el mejor la Umbría, la Toscana, la Emilia, la Marca de Ancona, todas las co– marcas donde la predicación franciscana había obtenido sus mejores éxitos, había podido darse cuenta por sí mismo de la fuerza del movimíento nuevo y de la impe– riosa necesidad de dirigirlo. Con la decisión y la obsti– nación propias de su carácter, se empeñó en la tarea, que fué más tarde la inspiración de todo su pontificado. Santo Domingo se hallaba en Roma en la misma época, y fué colmado de favores por el Papa. Es sabido que habiéndole invitado Inocencia III para escoger una de las reglas ya aprobadas por la Iglesia, Domingo se reunió con sus hermanos en Nuestra Señora de Prouille, y después de haber conferenciado con ellos adoptó la de San Agustín; por eso el sucesor de Inocencia III no le esca– timó los privilegios. La curia veía que no existía en Domingo, cuya Orden apenas contaba algunas docenas de miembros, una de las potencias morales de la época, pero no tenía ante él las preocupaciones que experimentaba ante Francisco. La idea de aproximar al maestro Domingo y al her– mano Francisco surgió naturalmente en el espíritu de Hugolino. Esperaba que el primero podría influenciar al segundo. Pensó hasta en la reunión de los dos institutos. Domingo se puso con perfecta sumisión al servicio del imperioso cardenal. Un día, a fuerza de piadosa insis- (1) 1 Cel. 74: O quanti maxime in principio cum hreo agerentiir novellre pZantationi ordinis insidiabantur ut perderent. ver 2 Col. 1, 16: Videbat Franctscus Zuporum more srevire quamplures.

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