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203 -Yo quiero convertir ante todo a los prelados -les respondió vivamente- por la humildad y el respeto, por– que cuando nos hayan visto humildes y respetuosos con ellos, ellos mismos nos rogarán que prediquemos y con– virtamos al pueblo. . . En cuanto a mí, ningún privi– legio pido a Dios, sino el de no tener ninguno, de ser respetuoso hacia todos los hombres, y convertirlos, como lo quiere nuestra Regla, más por nuestros ejemplos que por nuestros discursos. La cuestión de determinar si Francisco se equivocaba o no en su antipatía por los privilegios de la curia, no es del dominio de la historia; es evidente que esa actitud no podía prolongarse: la Iglesia no conoce más que fieles o rebeldes. Pero es frecuente ver que los corazones más nobles se detienen ante compromisos de esa naturaleza; quisieran. que el futuro surgiera del pasado, sin sacudi– mientos ni crisis. El capítulo de 1217 se s~ñaló por la organización de– finitiva de las misiones franciscanas: Italia y las otras comarcas que había que evangelizar fueron divididas en cierto número de provincias, cada una con su ministro provincial. Desde los primeros días de su advenimiento (18 de julio de 1216), Honorio III trató de reanimar el celo popular por la cruzada. No se contentaba con pre– dicarla, apelaba a profecías, asegurando que bajo su pon– tificado se conquistaría la Tierra Santa. El resurgimiento de fervor religioso que se produjo y que repercutió hasta en Alemania, tuvo sobre los Hermanos Menores profunda influencia. Esta vez Francisco, quizás por humildad, no se puso al frente de los hermanos encargados de la mi– sión en Siria; les dió por conductor al famoso Elías, antes en Florencia, en donde tuvo ocasión de mostrar sus altas cualidades. Este hermano, que desde este momento figurará en primer plano de esta historia, salió de los rangos más humildes de la sociedad: se ignora la fecha y las circuns– tancias de su ingreso en la Orden, lo que ha llevado a suponer que Elías fué ese amigo de la gruta que sirvió