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196 fesado, sea absuelto de toda pena y de toda culpa; y que– remos que esta indulgencia sea válida cada año, a per– petuidad, tan sólo durante un día a partir de las pri– meras vísperas hasta las vísperas del día siguiente. Apenas el Pontífice dejó de hablar, Francisco, radiante de alegría, se inclinó y se dispuso a abandonar la sala. -O iemplicione quo vadis? Oh, hijo ingenuo y sin fraude, ¿a dónde vas? ¿A dónde corres sin las cartas tes– timoniales de tan gran favor? Estas palabras tan naturales en boca del Pontífice que había sentido la mala yoluntad de sus cardenales, sorprendieron un poco a Francisco. Lo que había venido a buscar ante el sucesor de Pe– dro, era la indulgencia propiamente dicha y no un di– ploma ni pergaminos. -Si esa indulgencia es obra de Dios -dijo-, a El corresponde manifestar su obra; no tengo necesidad de poseer instrumento alguno sobre ella: que la carta sea la Bienaventurada Virgen María, que el notario sea el Cristo y los ángeles los testigos. * * * Francisco y el hermano Masseo abandonaron en se– guida Perusa para ir a Nuestra Señora de los Angeles. Caminaban hacía una hora y llegaron a Colle, lindo pue– blecito que todavía existe en la cima de un cerro plan– tado de pinos quitasol, cuando Francisco quiso descan– sar en la leprosería. Se durmió y en seguida tuvo un sueño por el que le fué revelado que Dios, en el cielo, había confirmado la indulgencia dada en la tierra por su ministro. Pocos días después, el 2 de agosto, tuvo lugar la de– dicación solemne de la iglesia de Nuestra Señora de los Angeles o de la Porciúncula. Siete obispos respondieron al llamado de Francisco, que anunció a la multitud el perdón acordado a perpetuidad para aquel día a su que– rida capilla. Estaría fuera de lugar describir el ceremonial de esas

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