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194 fantasma del pasado y de sus manchas pudiera levan– tarse de nuevo ante ellos. ¿Se sorprendió Honorio al ver a dos Hermanos Me– nores mezclarse a la densa ola de los solicitantes? Si una idea de tristeza o de desilusión se presentó a su espíritu, no hizo más que atravesarlo. El favor pedido por Fran– cisco era enorme, pero era totalmente espiritual, y, al escuchar al Poverello, el Pontífice pudo sentir en su voz el amor de esos violentos que ganan el reino de los cielos. "Muy Santo Padre -decía Francisco-, hace algún tiempo quise reparar (1) una iglesia en honor de la Vir– gen madre del Cristo. Suplico a Vuestra Santidad con– ceder, con motivo de su dedicación, una indulgencia sin obligación." El Papa se sorprendió. En aquella época, toda indul– gencia, por mínima que fuese, suponía una oblación, es decir, la ofrenda de una suma proporcionada a la for– tuna de quien la obtenía. Pero esta consideración de jurisprudencia eclesiástica no parecía de ningún modo corresponder a Francisco; y el anciano Pontífice se sintió ganado por extraña emo– ción ante Francisco, que le contemplaba como el hijo mira al padre, sabiendo que sería oído. -¿Y por cuántos años quieres esa indulgencia? - dijo Honorio, sin advertir que tácitamente acordaba ya el primer punto. -Muy Santo Padre -respondió Francisco-, no son años lo que solicito de Vuestra Santidad, sino almas. -¿Qué quieres decir con eso? - preguntó el Papa, influenciado como por una fuerza irresistible a confe– sarse vencido en esa lucha. -Muy Santo Padre, quisiera, si Vuestra Santidad lo permite, que todos los que acudan a esa iglesia, contritos (1) Reparari vobis. Se piensa comúnmente que esto es una alusión al hecho que la Porciúncula era parte del patrimonio de San Pedro. Es posible, pero me inclino a pensar que todas las iglesias de la tierra for– maban como un dominio ideal y sagrado administr?do por el Papa y que tenía su centro en San Juan de Letrán, omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput.

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