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193 siones sinceras son seguldas por bruscos retrocesos. sim– plemente porque a muchos pecadores .el testimonio in– terior, la certidumbre personal· del perdón de Dios no basta. El criminal indultado no tiene tan sólo necesidad de salir de la prisión para estar seguro de su libertad, y tener el valor de injciar una existencia nueva, le es necesario también un signo palpable de su gracia, un testimonio que estrechará febrilmente ·sobre su pecho si viendo ·de repente al carcelero o al verdugo se sintiera desfalle– cer (1). Valdría seguramente más que fuera de otro modo y que los conversos se narederan todos a. San Pablo· y a ésos héroes de la fe ~n quienes la seguridad de la sal– vacjón es infinita, sin sombra y sin p.;rado. Pero. si existen algunas almas elegidas que se saben tan unidas a rnos eme exneri.mentan una especie de alegría en ams,rle si.n verle y f-'n esperar contra esperanza, son esas virtudes muv poco hechas para nuestra tierra. Ahora bien, los santos y los convertidores no tienen que preguntarse lo o,ue serían puros espíritus, sino lo que son los hombres, y dirigirlos hacia Dios que los ha creado finitos e im– p8rfectos, y teniendo en cuenta sus debilidades y sus im– perfecciones (2). ·· Es por eso que Francisco se preocupaba desde J;lacía mucho por dar a los que ganaba al bien como un testi– monio exterior del drama que se había desarrollado en lo más profundo de sus corazones y del que habían sa– lido vencedores. Quería que aquellos .a los que encaminaba por la senda del bien tuvieran !a bienhechora sensación que una página de su historia había sido arrancada, que la gracia de Dios les permitía recomenzar la vida, sin que el (1) Ut non habeant brigam aliam. Palabras de San Francisco en el testimonio del hermano León. (2) Jesús no ha procedido de otro modo y cuando curó al leproso quiso que éste fuera a mostrarse al sacerdote para que su cura le fuera oficialmente testificada. Mateó VIII.

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