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191 ellos, pero como es indispensable al Papa, fué ll_amado por éste. "Creo que es para avergonzar a los prelados que son como perros incapaces de ladrar, que Dios ha querido, antes del fin del mundo, salvar a muchas almas por la acción de estos simples y de estos pobres." Este esbozo de la actividad de los primeros francis– canos no carece de carácter pintoresco. ¿Qué más gra– cioso que esa línea sobre los capítulos anuales, reuniones · celebradas para regocijarse en el Señor y tomar parte en ágapes fraternales? Ciertamente que Jacques de Vitry oyó hablar del capítulo de las esteras de manera muy análoga a cómo está contado en los Fioretti. La característica que da de los hermanos es también muy interesante y bastaría, por si sola, para probarnos . cómo los primeros establecimientos fundados a semejanza de San Damián diferían de lo que es hoy un convento de Clarisas. Pero el punto sobre el que más se debe insistir en este momento es el de las relaciones de San Francisco con el papado. Fueron mucho más regulares y efectivas de lo que se había imaginado hasta ahora. San Francisco puso una especie de tenacidad en dar incesantemente pruebas de ortodoxia; no le bastaba que su regla hubiera sido aprobada por el Papa, quiso que también lo fueran las instituciones capitulares. ¿Se encontraba en Perusa, en el momento en que murió Inocencio III, para solicitar esa aprobación o para recibir las órdenes del Pontífice respecto de la cruzada que quería empr~nder? No se sabe, pero lo que es seguro es que estaba en Perusa y que el glorioso Pontífice al abrir los ojos en el instante del estertor supremo, pudo ver al lado de su lecho al pobrecillo del Cristo. Si el corazón de Jacques de Vitry quedó tan contur– bado ante las escenas que siguieron, se puede imaginar cómo sangraría el de Francisco viendo con qué oprobios se abrevaba a su Dama, la santa Pobreza. Después hizo en la curia una horrible experiencia:

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