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188 tigo ocular para no tener la tentación de tomarlos por el relato de alguna siniestra pesadilla. "De Milán -dice Jacques de Vitry- he venido a una ciudad llamada Perusa, donde el Papa Inocencia acaba de morir, pero no había sido enterrado aún. Durante la noche ladrones le despojaron de sus ropas preciosas y dejaron su cuerpo casi desnudo y despidiendo mal olor en medio de la iglesia. Yo acudí a la iglesia y he visto con mis ojos cuán corta, vana y engañosa es la gloria de este mundo." Los cardenales que más ambicionaban la sucesión de Inocencia III quedaron completamente desconcertados con su repentina muerte y nada pudieron organizar, por– que desde el momento de los funerales las gentes de Pe– rusa tomaron sus precauciones para que la elección no se prolongara más de lo debido. Sucedió entonces lo que ocurre a menudo en tales casos; el cardenal que la víspera contaba con menos pro– babilidad, fué precisamente a quien se eligió. Poseía a los ojos de sus colegas una cualidad preciosa y que les daba grandes esperanzas: era uno de los miembros de más edad del Sagrado Colegio..Débil y enfermizo, apa– reció como el designado para resolver provisoriamente la situación, tanto más que se podía esperar que bajo su pontificado la duración general de los asuntos quedaría en manos de quien supiera apoderarse de ellas y pudiera asegurarse así la sucesión. Fué poco más o menos lo que ocurrió. Honorio III reinó un poco más de tiempo de lo que se esperó, pero tuvo a su lado un coadjutor bien decidido a no dejarse arrebatar la sucesión: el cardenal Hugolino dei Conti, futuro Gregorio IX. Los historiadores eclesiásticos, dominados por su pre– dilección por los papas belicosos, olvidan demasiado que todo lo que hubo de más durable y bienhechor en el pon– tificado de Inocencia III fué consolidado y terminado bajo el pontificado de su sucesor. Desde d punto de vista

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