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181 en extinguir sus llamas, pero las naturalezas simples y rectas no podrían renunciar a es~ lenguaje del corazón, "que lleva la vida y la salud en sus rayos". "Un hermano sufría tormentos indecibles; a veces ro– daba por el suelo, se golpeaba contra todos los obstáculos, la boca espumosa, horrible de ver; después su cuerpo se endurecía, y se le veía, luego de permanecer un rato estirado, contraerse de golpe, retorcerse horriblemente. A veces yacía por tierra, tocándose la cabeza con los pies y saltando hasta la altura de un hombre". Francisco fué ~ verle y lo curó. Pero esas son excepciones y la mayor parte del tiempo el santo se zafaba de las instancias de sus compañeros cuando el'los le pedían milagros. En resumen, si se abarca con una mirada )a piedad de Francisco se ve que procede de la unión íntima de su alma con lo divino por la oración: esa vista intuitiva del ideal le clasifica entre los místicos. Conoció, en efecto, la ebriedad y la libertad del misticismo, pero no hay que olvidar todos los lados por los que se separa del misti– cismo, en particular su ardor apostólico. Hay, además, en esa piedad algunos caracteres par– ticulares que es necesario indicar. Ante todo, la libertad respecto de las observancias: E,rancisco siente todo el vacío y todo el orgullo que hay en la mayor parte de las devociones. Ve eh ello un cepo, porque el hombre en regla con las minucias del código religioso arriesga olvidar la ley suprema del amor; además, el religioso que se impone cierto número de ayu– nos supererogatorios, se hace admirar por los simples; pero por el placer que halla en esa admiración hace de su obra pía un verdadero pecado. Así, cosa extraña, al con~ trario de otros fundadores de órdenes, fué en las di– versas reglas que hizo aligerando las observancias. No se debe ver en ello una simple casualidad, porque tuvo que luchar contra sus discípulos para hacer preva– lecer su voluntad; y precisamente los que se mostraban más dispuestos a infringir o aminorar el voto de pobreza