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177 son piadosos seminaristas educados bajo la dirección de Alfonso de Liguori o de San Luis de Gonzaga, no son santos, es decir, violentos que han forzado las puertas del cielo. · Tocamos uno de los aspectos más delicados de la vida de Francisco: sus relaciones con las potencias diabólicas. Las costumbres y las ideas han cambiado tan profunda– mente en lo que concierne a la existencia del diablo y sus relaciones con los hombres, que es casi imposible fi– gurarse el sitio enorme que la idea de los demonios ocupó en otros tiempos en las preocupaciones de los hombres. Los mejores espíritus de la Edad Media creyeron sin la menor duda en la existencia del Espíritu maligno, en sus transformaciones perpetuas para tratar de tentar a los hombres y hacerlos caer en sus cepos. En p1eno si– glo XVI, Lutero, que había zapado tantas creencias, no duda de la existencia personal de Satán, cree en la bru– jería, en las conjuraciones y en las posesiones. Hallando en sus almas un fondo de grandeza y de miseria, oyendo a veces resonar en ellas armonías le– janas de un llamado a una vida superior, bien pronto dominados por los clamores de la bestia, nuestros antepa– sados trataban de encontrar explicación a ese duelo; la hallaron en la lucha de los demonios contra Dios. El diablo es el príncipe de los demonios, como Dios es el príncipe de los ángeles; capaces de todas las trans– formaciones, se libran, hasta el fin de los tiempos, ba– tallas terribles, que concluirán con la victoria de Dios; pero entretanto cada hombre durante su vida es soliei- .. tado por los dos adversarios, y las almas más bellas son naturalmente las más disputadas. Francisco, con todo su siglo, explicaba de esa manera los desórdenes, los terrores, las angustias que asaltaban a veces a su corazón, así como las esperanzas, los consue– los y las alegrías que le inundaban comúnmente. En to– das partes donde se siguen sus huellas, las tradiciones focales han conservado el recuerdo de los rudos asaltos que tuvo que sufrir por parte del tentador.

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