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173 miran sin cesar a los buenos y a los malos, y como esos ojos muy santos no han vi.sto entre los pecadores ningún hombre más pequeño, o más insuficiente. o más pecador que yo, me han elegido para cumplir la obra maravillosa que Dios ha emprendido; me ha escogido porque no ha hallado otro más vil, y ha querido así confundir a la nobleza y a la grandeza, a la fuerza, a la belleza y a la ciencia del mundo. Esta respuesta arroja un rayo de luz sobre el corazón de San Francisco: ,el mensaje que aporta al mundo es otra vez la buena nueva aportada a los pobres; su fin es cumplir esa obra mesiánica entrevista por la Virgen de Nazareth en su Magnificat, canto de amor y de libertad, en cuyos suspiros pasa la visión de un estado social nuevo. Viene para recordarnos que la felicidad del hombre, la paz de su corazón, la alegría de su vida no está en el dinero, ni en la ciencia, ni en la fuerza, sino en una voluntad recta y sincera: ¡Paz a los hombres de buena voluntad! El papel que desempeñó en Asís en los debates de sus conciudadanos, lo habría llenado de buena gana en todo el resto de la Península, porque nunca nadie soñó con una revolución social más completa; pero si el fin es el mismo que el de muchos revolucionarios venidos después, los medios son completamente diferentes: su única arma fué el amor. Los hechos no le dieron razón. Aparte de los ilumi– nados y de los Fraticelli de la Marca de Ancona y de nues– tra Provenza, sus discípulos desconocieron a porfía su pensamiento (1) . (1) En lo que concierne: l 9 a la fidelidad a la Pobreza; 20 a la prohibición de modificar la Regla; 39 a la autoridad igual del Testamento y de la Regla; 4o al pedido de privilegios a la Corte de Roma; 59 a la exaltación de los hermanos a elevados cargos eclesiásticos; €i'I a la prohi·• bición absoluta de oponerse al clero secular; 70 a la prohibición de tener grandes iglesias y conventos ricos. Sobre todos esos puntos y muchos otros más la infidelidad a la voluntad de Francisco fué completa en la Orden, menos de veinticinco años después de su muerte. Se puede epilogar sobre todo ello; la Santa Sede, interpretando la Regla, tuvo el

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