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172 otra parte se dió pruebas de tanto entusiasmo; el efecto de las predicaciones fué tan grande que unos treinta neófitos recibieron de inmediato los hábitos. La Marca de Ancona debía seguir siendo la provincia franciscana por excelencia. En la Marca de Ancona se encuentran Offída, San Severino, Macerata, Forano, Cin– goli, Fermo, Massa y veinte ermitas más en las que la pobreza debía hallar durante más de un siglo sus heraldos y sus mártires; de allí salieron Juan de l'Alverne, Jacobo de Massa, Conrado de Offida, Angel ciareno y esas le– giones de revolucionarios anónimos, de soñadores, de pro– fetas, que desde los hermanos extirpados en 1244 por el general de la Orden, Crescencio de J esi,. no cesaron de reclutarse, y, por su valiente resistencia a todos los po– deres, escribieron algunas de las páginas más bellas de la historia religiosa de la Edad Media. Esos éxitos, que inundaban de alegría el alma de Francisco, no provocaban en él el más pequeño movi– miento de orgullo. Ningún otro hombre, jamás, tuvo poder más grande sobre los corazones, porque nunca predicador alguno se predicó a sí mismo menos que él. Un día el hermano Masseo quiso poner su modestia a prueba: -¿Por qué tú? ¿Por qué tú? ¿Por qué tú? - pre– guntó repetidas veces, como si hubiera querido burlarse de Francisco. -¿Qué quieres decir? - preguntó, por último, Fran– cisco. -Quiero decir que todo el mundo te sigue, todos de– sean verte, oírte, obedecerte, y, sin embargo, no eres her– moso, ni sabio, ni de familia noble. ¿De qué proviene, pues, que seas tú a quien todo el mundo quiere seguir? Al oír estas palabras el bienaventurado Francisco, lle– no de alegría, elevó los ojos al cielo y después de perma– necer un largo rato absorbido en su contemplación, se arrodilló, alabando y bendiciendo a Dios con fervor ex– traordinario. Después, volviéndose hacia Masseo: -¿Quieres saber por qué se me sigue? ¿Quieres sa– berlo? Es que los ojos del muy alto lo han querido así:

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