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CAPITULO XI EL HOMBRE INTERIOR Y EL TAUMATURGO La jira misionaria, emprendida después de los alien– tos de Santa Clara e inaugurada tan poéticamente por el sermón a los pájaros én Bevagna, parece haber sido para Francisco un triunfo continuo. La leyenda se apo– dera de él definitivamente; de buen o mal grado, los mi– lagros surgían a su paso; hasta sin él saberlo, los objetos que le servían adquirían efectos prodigiosos; salían pro– cesionalmente de los pueblos para ir a su encuentro, y en el biógrafo se siente el eco de aquellas fiestas religiosas de Italia, fiestas alegres, populares, brillantes, llenas de sol, que se parecen tan poco a las fiestas minuciosamente or– ganizadas de los pueblos septentrionales. De Alviano, Francisco fué, sin duda, a Narni, uno de los lugares más deliciosos de la Umbría, donde estaban por edificar una catedral al día ,siguiente .de la conquista de sus libertades comunales. Parece haber sentido por ella una especie de predilección, así como por los pueblos circunvecinos. De allí parece que se aventuró en el valle de Rieti, don– de Greccio, Fonte-Colombo, San Fabiano, Poggio-Bus– tone conservan sus huellas mejor aún que los alrededores de Asís. Tomás de Celano no nos suministra ningún detalle sobre el camino seguido, pero se extiende, por el contra– rio, sobre los éxitos del Apóstol en la barca de Ancona, y sobre todo en Ascoli. Las gentes de esas comarcas se recordaban aún las exhortaciones que Francisco y Egidio les habían dirigido seis años antes (1209), ¿o hay que creer que estaban particularmente preparados para com– prender el evangelio nuevo? Sea como fuere, en ninguna

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