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168 Sería cosa de no concluir si pretendiéramos contar todos los rasgos de ese género, porque en él era innato el sentimiento de la naturaleza; era una comunión per– petua que le hacía amar la creación entera; se embria– gaba con el sortilegio de los grandes bosques; tuvo rrores de niño cuando oraba solo en alguna capilla aban– donada, pero, en cambio, saboreaba alegrías indecibles con sólo aspirar el perfume de una flor o contemplando el agua límpida de un arroyo. Este perfecto amante de la pobreza toleraba, sin em– bargo, un lujo: el de las flores, que hasta lo ordenaba en la Porciúncula; el hermano jardinero no tenía que sembrar tan sólo legumbres y plantas útiles, tenía que reservar un rincón de buena tierra para nuestras her– manas, las flores de los campos. Francisco también ha– blaba a las flores, o más bien les respondía, porque su misterioso y dulce lenguaje se insinuaba hasta el fondo de su corazón. El siglo XII está pronto para comprender la voz del poeta de Umbría; el sermón a los pájaros (1) cierra el reino del arte bizantino y del pensamiento del que era imagen. Es el fin del dogmatismo y de la autoridad; es el advenimiento del individualismo y de la inspira– ción; advenimiento bien precario, sin duda, y que será seguido de reacciones porfiadas, pero que no por esto deja de señalar una data en la historia de la conciencia humana (2). Entre los compañeros de Francisco, mu- (1) Es la. escena. de su vida. reproducida con más frecuencia. por los precursores de Giotto. El artista desconocido que (antes de 1236) decoró la nave de la iglesia inferior de Asís ha consagrado cinco frescos a la historia de Jesús y otros cinco a la vida de San Francisco. Sobre estos últimos ha representado: 1• el renunciamiento a la. herencia paterna; 29 Francisco sosteniendo a la iglesia de Latran; 39 la predicación a los pájaros; 4• los estigmas; 59 el funeral. Esta obra, desgraciadamente muy mal aclarada, y de la cual casi la mitad desapareció cuando la construc– ción de las capillas de la nave, merecerían ser grabadas antes de desapa– recer completamente. La historia del arte en tiempo de Giunta Pisano está todavía demasiado envuelta en obscuridad para que se pueda me• nospreciar tal fuente de informaciones. (2) No pretendo, desde luego, que Francisco haya sido el único ini– ciador de ese movimiento, y menos aún sn creador; fué su chantre mejor inspirado, y esto puede bastar a su gloria. Si Italia fué despertada es

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