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167 artístico que precedió al Renacimiento, el inspirador de esa nube de prerrafaelistas, dibujantes inhábiles pero sin– ceros, a los cuales nos volvemos hoy con una especie de piedad, encontrando a sus santos desagradables una vida íntima, una expresión moral que buscamos en vano en otros artistas. Si la voz del pobrecito de Asís fué tan bien compren– dida es que aquí, como en otros dominios, nada tenía de .falsa: con él nos encontramos muy lejos de la piedad temible y farisaica de esos religiosos que prohibían el acceso a los conventos a los animales hembras. Su noción de la castidad en nada se asemeja a esos excesos de gaz– moñería: un día, en Siena, recogió unas tórtolas, y tenién– dolas en el faldón de su túnica les dijo: -Tórtolas, hermanitas, sois simples, inocentes y cas– tas, ¿por qué os habéis dejado agarrar? Voy a salvaros de la muerte y a construiros nidos para que podáis pro– crear· y multiplicaros, según el mandamiento de nuestro Creador. Y se fué, en efecto, a construir nidos para todas, y las tórtolas empezaron a poner, a empollar y a levantar sus nidadas bajo los ojos de los hermanos. En Rieti, una familia de petirrojos eran comensales del monasterio, y los pajarillos acudían a picotear bajo la misma mesa en que los hermanos almorzaban. No lejos de allí, en Greccio, llevaron a Francisco un lebrato que había sido cazado con un cepo: -Ven a mí --..le dijo-, hermano lebrato. Y como la pobre bestia se refugiaba cerca de él, la levantó, la acarició, y luego la puso en libertad; pero el lebrato volvió muchas veces, de modo que fué necesario llevarlo hasta el bosque más cercano para que consin– tiera en recobrar su libertad. Un día atravesaba el lago de Rieti. El barquero le ofreció una tenca viva de tamaño poco común. Fran– cisco la aceptó con alegría, pero, con gran estupefacción del pescador, la arrojó al agua, invitándola a bendecir a Dios.

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