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166 frutales y todos los cedros; animales y'todos los ganados; reptiles y pájaros alados; reyes de la tierra y de todos los pueblos; príncipes y todos los jueces de la tierra¡ jó– venes de ambos sexos, ancianos y niños! ¡Alabad al Eterno! ¡Alabad al Eterno!" La jornada de los pájaros de Bevagna fué en sus re– cuerdos una de las más bellas de toda su vida, y él, tan reservado habitualmente, se complacía mucho en rela– tarla; es que los castos ardores que le arrojaban en una comunión íntima y deliciosa con todos los seres, los debía a Clara; ella le había arrancado a las tristezas y a las dudas; y sentía en su corazón inmenso reconocimiento hacia la que había sabido, llegado el momento, devol– verle amor por amor, inspiración por inspiración. La simpatía de Francisco por los animales, tal como aquí se muestra, nada tiene de esa sensiblería, tan a me– nudo ficticia y exclusiva de todo otro amor, que expresan bullangueramente ciertas asociaciones contemporáneas; en él es una manifestación del sentimiento de la natu– raleza, sentimiento completamente místico, casi diríamos panteístico, si esta palabra no tuviera un sentido filo– sófico demasiado determinado y absolutamente en opo– sición con el pensamiento franciscano. Ese sentimiento tan frecuentemente falso y amane– rado en los poetas del siglo XIII, en Francisco no es tan sólo verdadero, es un sentimiento vivo, sano y robusto (1). Es esa vena de poesía lo que dió a Italia conciencia de sí misma, la hizo olvidar en algunos años la pesadilla de las ideas cataras y la arrancó al pesimismo. También por ella, Francisco llegó a ser el iniciador del movimiento (1) A este respecto se ha querido comparar a Francisco con algunos de sus contemporáneos; pero la similitud de las palabras hace surgir la diversidad de inspiración: que Honorio III diga: Forma rosee est inferius angusta, superius ampla et significat quod Christus pauper juit in mundo, sed est Dominus super omnia et implet universa. Nam sicut forma rosee, etc. (edición Horoy, t. 1, col. XXIV), y haga todo un sermón sobre el simboUsmo de la rosa, esas disertaciones alambicadas nada tienen que ver con el sentimiento de la naturaleza. Es el arsenal de la retórica me– dieval, empleado en disecar una palabra.

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