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165 mucho y amar a vuestro creador. Os ha dado plumas para vestidos, alas para volar, así como todo lo que os es necesario. Ha hecho de vosotros las más nobles de sus criaturas; os permite habitar en el aire puro; no tenéis que sembrar, ni cosechar, y, sin embargo, tiene cuidado de vosotros, os protege y os dirige". Entonces los pájaros estiraron sus cuellos, extendie– ron sus alas, abrieron sus picos, le miraron, como para darle las gracias, mientras Francisco iba y venía entre ellos, acariciándoles con los bordes de su túnica; luego los despídió con su bendición. En esa misma jira de evangelización, habiendo lle– gado más allá de Alviano, dirigió algunas exhortaciones a la multitud, pero las golondrinas llenaban de tal modo el aire con sus gritos, que Francisco no conseguía ha– cerse oír: --Tiempo es que yo hable a mi vez ,-les dijo-, go– londrinas, hermanitas mías, escuchad la palabra de Dios, guardad silencio y permaneced tranquilas hasta que yo haya terminado. Se ve cómo el amor de Francisco se extendía a toda la creación, cómo le inspiraba y le conmovía la vida di– fusa expandida en las cosas. Desde el sol, hasta el gu– sano de la tierra que uno pisa distraído, todo le trans– mitía el suspiro inefable de los seres que viven, sufren y mueren, y en sus vidas, como en sus muertes, cumplen la obra divina: "Alabado seas, Señor, con todas las criaturas, espe– cialmente por monseñor hermano sol, que nos da el día y por él muestras tu luz. Es hermoso y radiante con gran esplendor; es el símbolo de ti, el Muy Alto." Desde este punto de vista también, Francisco renueva la inspiración hebraica y la vena tan simple y tan gran– diosa de los profetas de Israel: "¡Alabad al Eterno! - ha– bía cantado el real salmista-, alabad al Eterno, fuego y granizo, nieves y nieblas; vientos impetuosos que ejecu– táis sus órdenes; montañas y todas las colinas; árboles

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