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162 parable; batido por la coalición de los reyes de Aragón, de Navarra y de Castilla, Mohamed-el-Naser volvió, para morir, a Marruecos. Francisco encontraba que esa vic– toria por las armas nada significaría si no era seguida por una pacífica victoria del espíritu evangélico. Estaba tan entusiasmado con su proyecto, tan de– seoso de llegar al fin de su viaje, que a menudo se olvi– daba de su compañero y, apresurando el paso, se le ade– lantaba. Los biógrafos son, por desgracia, muy lacónicos sobre esta expedición, dicen tan sólo que al llegar a Es– paña cayó gravemente enfermo, lo que le obligó a volver a Italia. Aparte de algunas leyendas locales sin valor ni interés, carecemos de auténticas informaciones sobre los trabajos del santo en ese país, ni sobre el camino que siguió al ir y el que tomó para volver. Ese silencio nada tiene de extraño y no debe enga– ñarnos sobre la importancia de esa misión. La de Egip– to, que tuvo lugar seis años más tarde, con todo un cortejo de hermanos, y en un momento en que la Orden había adquirido. ya gran desarrollo, sólo es mencionada con algunas líneas por Tomás de Celano; sin el descu– brimiento reciente de la crónica del hermano Jordano de Giano, y los largos detalles suministrados por Jacobo de Vitry, estaríamos reducidos también sobre ella, más o menos, a conjeturas. Las leyendas españolas, a que antes nos hemos referido, pueden, pues, no estar abso– lutamente desprovistas de fundamento, lo mismo que las que conciernen al paso de San Francfsco a través del Languedoc y el Piamonte, pero en el estado actual de las fuentes, es imposible hacer una selección que tenga autoridad, entre el fondo histórico y las excre– cencias sin valor. La misión en España tuvo, sin duda, lugar entre la Pentecostés de 1214 y la de 1215; Francisco debió pa– sar el año precedente en Italia. Tal vez entonces fué a ver el Alverno. La Marca de Ancona y el valle de Rieti han debido atraerle igualmente hacia esa época; en fin,

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