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161 Así ocurr10. El conde volvió y concluyó el diálogo diciendo: ..,....Tengo en Toscana una montaña particularmente favorable a la contemplación, está aislada por completo y convendría muy bien a quien quisiera hacer peni– tencia, lejos de los ruidos del mundo; si le gusta a usted, se la daré a usted y a sus hermanos para la salvación de mi alma. Francisco aceptó con alegría, pero como debía encon– trars~ en la Porciúncula para el capítulo de la Pente– costés, postergó para momento más favorable la visita que quería hacer a la montaña que tan generosamente se le había ofrecido. Se habrá adivinado, sin duda, que se trataba del Alverno. ¿Fué en esa misma jira que pasó por Imola? En todo caso nada se opone a que haya ocurrido así. Siempre cortés, lo primero que hizo al llegar fué presentarse al obispo y pedirle autorización para predicar: -No tengo necesidad de nadie para ayudarme en mi tarea - le respondió secamente el obispo. Francisco se inclinó y se retiró más cortés y dulce que nunca. Pero menos de una hora después volvió: -¿Qué es lo que usted quiere, pues? -Monseñor -respondió Francisco-, cuando un pa- dre expulsa a su hijo por la puerta, éste entra por la ven– tana. El obispo, desarmado por tan piadosa insistencia, dió la autorización pedida. El objeto de Francisco no era entonces evangelizar la Península; sus hermanos se habían diseminado en gran número por ella, y quería más bien abrirles acceso a nuevas regiones. No habiendo podido llegar hasta los Infieles de Siria, resolvió ir hacia los de Marruecos: algún tiempo antes (julio 1212) las tropas de los Almohades habían sufrido en la llanura de Tolosa una derrota irre~

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