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160 víveres llegaron a escasear, dividió con ellos las pro– visiones con que le habían colmado. Apenas desembarcado inició una jira de predicación, y las almas respondieron con más complacencia que en sus predicaciones anteriores. Hay lugar a suponer que volvió en el invierno de 1212 a 1213, y que empleó la primavera siguiente en evangelizar la Italia central. Tal vez fué durante esa Cuaresma cuando se retiró en una isla del lago Trasimeno e hizo allí una estada que fué más tarde famosa en su leyenda (1). Sea como fuere, un documento completamente seguro prueba que se encon– traba en las Romañas en el mes de mayo de 1213. Un día, Francisco y su compañero, tal vez el hermano León, llegaron a un castillo del Montefeltro, no lejos de San Marino. Se realizaba allí una gran fiesta para la recepción de un nuevo caballero, pero el ruido y los cantos no les asus– taron; entraron sin titubear en el patio en que estaba reunida toda la nobleza del país. Francisco, tomando por texto los dos versos: Tanto é il bene ch'aspetto ch'ogni pena m'é diletto (2). pronunció una alocución tan conmovedora que muchos de los asistentes olvidaron un instante el torneo para el que habían concurrido. Uno de ellos, Orlando dei Cattani, conde ·de Chiusi en Casentino, quedó tan impresionado que tomando aparte a Francisco le dijo: -Padre, quisiera hablar con usted sobre la salvación de mi alma. -Con mucho gusto -respondió Francisco-, pero por esta mañana no abandone usted a sus amigos, honre usted a quienes le han invitado, coma con ellos, y después conversaremos todo lo que usted quiera. (1) Ver Actus Sancti Francisci, cap. 6. De jejunio quadraaenario sa,ncti Franclsci. º (~) La felicidad que espero es tan grande, que toda pena me es '-!na a1ew1a. . .

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