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159 La conversión de Francisco, por rádical que hubiera sido, había podido dar a sus ideas y a su voluntad una dirección diferente, pero no variar el fondo mismo de su carácter. "En un corazón grande todo es grande". Por más que se cambie convirtiéndose, queda uno siendo el mismo. Lo·que cambia no es el convertido, es su medio; el converso entra de repente en un camino nuevo, pero anda en él con los mismos ardores. Francisco seguía siendo un caballero, y eso fué quizás lo que le conquistó, en tan alto grado, el culto de las almas más bellas de la Edad Media. Existía en él esa necesidad de lo desco– nocido, esa sed de aventuras y de sacrificio que hacen tan grande y tan atrayente las historia de su siglo a pesar de tantos lados sombríos. Los genios religio.sos tienen de ordinario el privilegio de la ilusión. No ven nunca completamente cuán grande es el mundo. Cuando su fe ha transportado una mon– taña, se estremecen de alegría, como los antiguos lucha– dores hebreos, y les parece ver despuntar la aurora del día "en que la gloria del Eterno aparecerá, en que el lobo y el cordero pacerán juntos". Bienhechora ilusión• que embriaga como un. vino generoso, que arroja a los soldados del bien al asalto de las fortalezas más pavo– rosas, y les hace creer que, una vez tomadas, terminará la guerra. Francisco había hallado tantas alegrías en su unión con la Pobreza, que daba por seguro que bastaba ser hombre para aspirar a al misma felicidad, y que los sarracenos se convertirían en masa al Evangelio de Jesús, anunciado en toda su simplicidad. Partió, pues, de la Porciúncula para esa cruzada de nuevo carácter. Fué probablemente en el otoño de 1212; habiendo arrojado una tempestad el barco contra las costas de la Escla– vonia, Francisco debió resignarse a permanecer muchos meses en aquella comarca o a retornar a Italia; se decidió por el· retorno, pero encontró muchas dificultades· en hacerse admitir a bordo de otro barco que partía para Ancona. No se enojó por ello con los marinos; y como los