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155 dujese; y le llevó de nuevo sobre las huellas del Galileo, en el cortejo de los que dan su vida en rescate de muchos. Sin embargo, Francisco se asustaba a veces del amor que le rodeaba en San Damián. Temía que su muerte, causando un vacío demasiado grande, hiciera peligrar a la misma institución; así tenía el cuidado de recordar a sus amigas que no estaría siempre con ellas. Un día que tenía que predicar en San Damián, en vez de subir al púlpito, pidió ceniza, la expandió a su alrededor y sobre su cabeza y entonó el Miserere, recordándoles así que no era más que polvo y que muy pronto al polvo retornaría. Pero habitualmente, San Francisco se encontraba más seguro de sí mismo en San Damián; a la sombra de sus olivos, donde Clara le cuidaba, compuso la más hermosa de sus obras, la que Ernesto Renán ha saludado como la expresión más completa del sentimiento religioso mo– derno, el Canto al Sol.

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