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153 Es que había al menos dos hombres en Hugolino: el cristiano, que ante Clara y Francisco se sentía subyu– gado; y el prelado, es decir, un hombre al cual la gloria de la Iglesia le hacía olvidar a veces la gloria de Dios. Francisco, aunque le resistió casi siempre, parece ha– ber guardado hasta el fin a su respecto sentimientos de sincero reconocimiento. Clara, por el contrario, tuvo que luchar largo tiempo para conservar sus ilusiop.es sobre la actitud de su protector. A partir de 1230, no puede hallarse ningún vestigio de relaciones entre ellos. Todos los esfuerzos del Papa para mitigar el voto de pobreza de Clara habían sido vanos. Muchas otras reli– giones quisieron practicar estrictamente la Regla de San Francisco, entre otras la hija del rey de Bohemia, Oto– kar 19, que estaba en relaciones estrechas con Clara. Pero Gregario IX, al cual ella se había dirigido, fué in– flexible; Aunque colmándola de elogios, la ordenaba ex– presamente seguir la regla que le transmitía, es decir, la que él había compuesto siendo cardenal. La del Poverello fué colocada en el rango de las utopías. Con todo, jamás consiguió someter por completo a Santa Clara. Un .día hasta se reveló contra sus órdenes, y fué el Papa quien tuvo que ceder: había querido es– tablecer una separación mayor que en el pasado entre los Hermanos y las Hermanas; después de la muerte de Francisco había continuado cierta familiaridad entre San Damián y la Porciúncula; Clara se complacía mucho en esas relaciones de buena vecindad, y a menudo pedía que un hermano viniera a San Damián a predicar. El Papa no hallaba eso conveniente y prohibió bajo severas penas a los religiosos de la Porciúncula que acudieran a San Damián, sin licencia expresa de la Santa .Sede. Esta vez Clara se enojó. Fué al encuentro de los her– manos agregados a su monasterio, y al agradecerles sus servicios, les dijo: -Idos, pues desde q'Q.e se nos priva de quienes nos dispensan el pan espiritual, hada queremos de quienes nos procuran el pan material.