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151 absolvedme de mis pecados, pero no, tengo el más mí– :nimo deseo, ele ser dispensada de seguir al Cristo. Palafbras hermosas y santas, grito ingenuo de inde~ pendencia en el que la conciencia proclama con altivez su autonomía, y en que se pinta por entero la hija es..– piiritual del Poverello. Por una de esas intuiciones, propias y frecuentes err las: mujeres muy entusiastas y muy puras, Clara había penetrado hasta el fondo del corazón de Francisco; y se había sentido arrebatada por la misma pasión que él; le fué fiel hasta el fin de su vida. Pero se ve que no sin dificultades. · No, es aquí el lugar de establecer si Gregario IX tenía razón de querer que una comunidad religiosa fuese pro– pietaria; tenía derecho de tener sus ideas al respecto; pero es chocante, para no decir más, que en el mismo momento en que el Papa canoniza a Francisco, traiciona sus más caras ideas y trata de hacerlas renegar por los más fieles adeptos del santo. ¿Habían previsto Clara y Francisco las dificultades que iban a hallar? Se podía creerlo, porque ya bajo el pontificado de Inocencio III, Clara se había hecho otor– gar el privilegio de la Pobreza. El Papa quedó tan sor– prem.dido de tal demanda, que quiso escribir de su puño y letra el principio de ese despacho, como jamás se había solicitado otro semejante en la corte de Roma. Bajo su sucesor, Honorio III, el personaje· más im– portante de la curia fué precisamente el cardenal Hu– golino. Casi septuagenario en 1216, se imponía en un primer momento por el aspecto exterior de su persona; le distinguía esa belleza singular de los ancianos que han escapado a la usura de la vida: piadoso, ilustrado, enér.. gico, estaba dotado para las, grandes empresas. Hay algo que hace pensar en el cardenal Lavigerie, en esos prelados bajo cuyos rojps manteos hay un soldado o un déspota más que un sacerdote. El: movimiento franciscano era atacado con violencia desde distintos puntos; se puso a defenderlo, y mucho

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