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150 ideas franciscanas, con un heroísmo, con una audacia a la vez violenta y santa, que la ponen en el primer rango de los testigos de la conciencia. ¿No es uno de los más hermosos cuadros de la his– toria religiosa el de esa mujer que durante más de un cuarto de siglo sostuvo contra los papas que se sucedie– ron sobre el trono pontifical una lucha constante; que es igualmente respetuosa e inquebrantable y sólo consiente en morir después de haber obtenido la victoria? Relatar su vida es contar esa lucha cuyas principales peripecias se encuentran en documentos de la curia ro– mana. Al solicitar la aprobación de la Iglesia, Francisco había evitado muchos peligros a su instituto, pero había aceptado a la vez tutores poco dispuestos a transigir sobre sus derechos: el cardenal Hugolino, futuro Gregorio IX, tuvo una actuación muy difícil de comprender. Se le ve constantemente preocupado en prodigar a Francisco y a Clara testimonios de amistad y de admiración que pa– recen absolutamente sinceros; y, sin embargo, el ideal franciscano -considerado como el predominio de una vida de amor alcanzada por la liberación de todas las ser– vidumbres materiales- no tuvo peor adversario que él. En el mes de mayo de 1228, Gregorio IX fué a Asís para las preliminares de la canonización de San Fran– cisco. Antes de entrar en la ciudad, hizo un ligero rodeo para ir a San Damián, ver a Clara, a quien conocía de mucho tiempo atrás, y a la que había dirigido cartas ardientes de admiración y de fraternal afecto. ¿Cómo comprender, por lo tanto, que la víspera de la canonización (16 de julio de 1228), el Pontífice haya tenido la idea de inducirla a ser ,infiel a sus votos? Le expuso que las dificultades de los tiempos harían la vida imposible a mujeres que nada poseyeran, y le ofreció propiedades. Como Clara lo mirara muy sorpren– dida de esta proposición tan extraña: -Si lo que te detiene son tus votos -dijo el Pontí– fice-, te liberaré de ellos. -Santo Padre -respondió entonces la franciscana-,