BCCCAP00000000000000000000793

149 manos todos los serv1c1os de que ellas fueran capaces. Se ha visto ya el -cuidado que Francisco ponía en que las iglesias fuesen dignas del culto que en ellas se celebra; no podía tolerar que los lienzos sagrados estuvieran su– cios. Clara se puso a hilar para confeccionar paños de altares y corporales que los hermanos se encargaban luego de distribuir a las iglesias pobres de la región. Ade– más, durante los primeros años cuidó también de los en– fermos que Francisco le enviaba, y San Damián fué du– rante un tiempo una especie de hospital. Uno o dos hermanos, a los que se llamó celadores de las Pobres Damas, quedaron especialmente encargados del cuidado de las hermanas, y se construyeron chozas al lado de la capma, sobre el modelo de la Porciúncula. También Francisco se encontraba cerc~: una especie de terraza de cuatro pasos de largo domina a la ermita; Clara instaló allí un minúsculo jardincillo, y cuando, en el crepúsculo, regaba sus flores, veía a "Una legua de dis– tancia la Porciúncula toda aureolada por los fuegos del poniente. Durante muchos años, las relaciones entre las dos casas fueron continuas, llenas de encantos y de libertad. Los compañeros de Francisco, que recibían a hermanos, . recibían también a hermanas, y volvían a veces de sus jiras misionarias con una neófita para San Damián. Tal situación no podía prolongarse. La intimidad de Francisco y de Clara, la familiaridad de los primeros her– manos, no podían servir de mod~lo a las relaciones de las dos Ordenes, cuando contaran con millares de miem– bros. El ·mismo Francisco se percató de ello, mucho me– nos, sin embargo, que su amiga. Esta le sobrevivi6 cerca de veintisiete años y tuvo ·así tiempo de ver en los Her– manos el naufragio del ideal franciscano, así como en la casi totalidad de las casas que siguieron en un principio la Regla de San Damián. Fué inducida por la fuerza de las cosas, a reglamentar su monasterio, pero hasta sobre su lecho de muerte Iucbó ·en defensa de las verdaderas