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148 la mesa del Señor, todo pobre que quisiera trabajar, libre de recurrir en la estricta medida de sus necesidades a esa mesa del Señor, eran entonces verdaderos francis– canos. Era una revolución social completa. No había, pues, una ni muchas órdenes: se había vuelto a hallar el Evangelio de las beatitudes, y como doce siglos antes podía plegarse a todas las situaciones. ¡Ay!, la Iglesia, personificada en el cardenal Hugo– lino, debía, si no hacer abortar el movimiento francis– cano, al menos endilgarlo tan bien que algunos años más tarde perdió casi todos sus caracteres originales. Como se ha visto, la palabra pobreza expresa muy im– perfectamente el punto de vista de San Francisco, porque contiene una idea de renunciamiento, de abstinencia, mientras que en su pensamiento el voto de pobreza es un voto de libertad. La propiedad es la jaula de barrotes dorados, a la que están a veces tan bien acostumbradas las pobres alondras que ni siquiera piensan en escapar para remontar vuelo en el cielo azul. San Damián fué, en su origen, el extremo opuesto de lo que es hoy un monasterio de Clarisas de la estricta observancia; todavía hoy se encuentra tal como lo vió Francisco. Hay que agradecer a los Hermanos Menores la conservación intacta de esa venerable y deliciosa er– mita, y el no haberla estropeado con estúpidos embelleci– mientos.. Ese rinconcito de tierra umbriana será para nuestros descendientes, como el pozo de Jacob en el que Jesús se sentó un instante, uno de los atrios preferidos del culto en espíritu y en verdad. Al instalar allí a Clara, Francisco la entregó la Regla que había preparado para ella, sin duda alguna seme– jante a la de los Hermanos, salvo en lo que toca a los · preceptos sobre la vida misionaría. Unió a esa Regla más tarde el compromiso, tomado por él y sus hermanos, de subvenir por el trabajo o la limosna, a todas las nece– sidades de Clara y de sus futuras compañeras. En cam– bio, ellas debían trabajar también, y prestar a sus ber-

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