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147 ·bral Clara debió experimentar ese sentimiento tan dulce y tan punzante de la mujer que entra por primera vez en el hogar conyugal, y tiembla de emoción ante la idea del futuro radioso y confuso. Para no equivocarse totalmente sobre esos comienzos, hay que recordar con qué rapidez las influencias exterio– res transformaron la concepción inicial de San Fran– cisco. En ese momento ni pensaba en fundar una segunda orden, como no había tenido la idea de fundar la pri– mera. Al arrancar a Clara a sus padres ha:bía ·obrado como verdadero caballero que libera a una mujer opri– mida, y la toma bajo su protección. Al instalarla en, San Damián, preparaba un refugio para las que quisieran imitarla, y practicar, alejadas del mundo,, la Regla evan- . gélica. Pero esa perfección de la que él y sus discípulos eran los apóstoles y misionarios, que Clara y sus com– pañeras debían realizar en el celibato, no dudaba Fran– cisco que fuera practicable también en todas -las posi– ciones sociales; de ahí lo que se ha llamado equivocada– mente la Tercera Orden, y que en su idea primera no es– taba separada de la primera. Esa Tercera Orden no tuvo por qué ser instituída en 1221, porque existió desde el mo- . mento en que una sola conciencia quiso practicar sus en– señanzas, sin poder, sin embargo, seguirle a la Por– ciúncula.• El enemigo del alma, para él como para Jesús, es la avaricia, entendida en su séntido más amplio, es decir, ese enceguecimiento que e:p.cadena al hombre a consagrar su corazón a preocupaciones materiales, le hace esclavo de algunas monedas de oro o de algunos metros de tierra, le hace insensible a las bellezas de la naturaleza y le priva de las alegrías infinitas que sabo– rean sólo los discípulos de la pobreza y del amor. Quien fuera libre interiormente de toda servidumbre material, quien estuviese decidido a vivir sin atesorar, el rico que quisiese trabajar con sus manos y distribuir lealmente todo lo que no hubiera consumado, para cons– tituir así el capital común que San Francisco llamaba