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146 Al día siguiente, el padre de Clara, Favorino, acudió con algunos amigos, gritando, suplicando, injuriando a todo el mundo. Ella permaneció inquebrantable, mos• trando tanto valor que por último renunciaron a llevár– sela de viva fuerza . .No estaba más que al principio de sus tribulaciones. ¿Esa escena asustó a las Benedictinas? No lo sabemos, pero quince días después la encontramos ya en otro con– vento, también de Benedictinas, el de Sant'Angelo in Panso, sobre los flancos del Monte Subasio. Ocho días después de Pascua, su hermana menor, Inés, acudió a reunirse con Clara, decidida también a servir la pobreza. Francisco la tonsuró. El furor del padre fué esta vez ho– rrible. Con un grupo de parientes invadió el monasterio; pero ni las injurias ni los golpes consiguieron dominar a aquella criatura de catorce años. A pesar de sus gritos se la llevaron. Inés se desmayó, y su cuerpecito inani– mado les pareció de golpe tan pesado que .lo abandona– ron en medio de los campos, mientras algunos labradores asistían con gran piedad a tan penosa escena, y Clara, cuyo grito Dios había escuchado, acudía en socorro de su hermana. La estadía de las dos hermanas en el monasterio de Sant'Angelo in Panso fué de corta duración. Parece ser que no le dejó muy buen recuerdo. Francisco sabía que muchas otras ardían en deseos de unirse a sus dos ami– gas, de manera que se puso a buscar un retiro en el que pudieran vivir bajo su dirección y practicar con toda li– bertad la regla evangélica. Su búsqueda no fué larga: esta vez todas las puertas se abrían ante él. Ignoramos los pasos que tuvo que dar; pero sabemos su resultado: recibió San Damián. En esta ermita tan bien preparada para la oración y el recogi– miento Francisco instaló a sus hijas espirituales. A este santuario, reparado personalmente por Francisco, al pié del crucifijo que le había hablado, acudiría en lo suce– sivo Clara para orar. Era la casa de Dios; también era en mucho la casa de Francisco. Al transponer su um-