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138 las villanías ·e mJurias que he dirigido y hecho a los hermanos, por mi impaciencia y mis ·blasfemias." Un día, el hermano Juan, de cuya simplicidad ya he– mos hablado, y que había sido encargado especialmente de un leproso, lo condujo, al salir de paseo, a la Por– ciúncula, como si no estuviera atacado de enfermedad contagiosa. Le llenaron de reproches; el leproso los oyó y no pudo ocultar su turbación y su tristeza; le parecía qué se le apartaba del mundo por segunda vez. Francisco se aper– cibió de ello fácilmente y experimentó agudos remordi– mientos: la idea de haber contristado a un enfermo del buen Dios le era insoportable; no sólo le pidió perdón, sino que hizo servir de comer, se sentó a su lado, sirvién– dose de la misma escudilla que el enfermo. Se ve así con qué perseverancia perseguía en todas las direcciones la realización de su idea[ Los detalles que se acaban de indicar hacen del mo– vimiento umbriano una de las tentativas más humildes para realizar el reino de Dios sobre la tierra, a la vez que la más práctica y la más sincera. ¡Qué lejos se está de las vulgaridades supersticiosas de la devoción mecánica, de la taumaturgia engañosa de ciertos católicos; qué lejos también de ese cristianismo burgués, satisfecho, ma– chacón, doctrinario de ciertos protestantes! Francisco es de la raza de los místicos, porque entre Dios y él no se coloca ningún intermediario, pero su mis– ticismo es el de Jesús encadenando a sus discípulos en él sobre el Thabor de la contemplación; luego, cuando inundados de alegría quieren levantar tiendas para per– manecer allá en lo alto y saborear hasta la saciedad las delicias del éxtasis: "insensatos, les dice, no sabéis lo que pedís", y mostrándoles las multitudes errantes como ovejas sin pastor, los conduce al llano, en medio de los que gimen, sufren y blasfeman; Cuanto más elevada era la estatura moral de Fran– cisco, más expuesto estaba a no ser comprendido más que

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