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136 Entre todos los trabajos de que podían encargarse, Francisco recomendó sobre todo el cuidado de los lepro– sos. Ya se ha visto el papel importante que esos desgra– ciados tuvieron en su vida, en el momento de su con– versión, y por eso sintió por ellos siempre una piedad par– ticular que trató de comunicar a sus discípulos. Durante algunos años los hermanos menores viaja– ron, por así decir, de leprosería eri leprosería, predicando durante el día en los pueblos y aldeas, y recogiéndose por la noche en esa especie de hospitales, en que prestaban a los enfermos del buen Dios los servicios más repug– nantes. Ocurría a veces que un hermano quedaba personal– mente encargado de un solo leproso, del que se convertía en compañero y servidor, a veces durante mucho tiempo. El relato siguiente revelará el amor y la conducta de Francisco hacia esos desgraciados. "Ocurrió una vez que, cerca del lugar en que se ha– llaba San Francisco, los hermanos servían a los leprosos y a los enfermos de un hospital. Entre ellos se hallaba un leproso tan impaciente, tan insoportable, tan malo, que todos creían que estaba poseído por el demonio, y con razón porque abrumaba de injurias y de golpes a quienes le servían, y lo que es mucho peor aún, ultrajaba y blas– femaba sin cesar al Cristo bendito y a su muy santa madre la Virgen María, y tal era su conducta que nadie quería atenderlo. Los hermanos habrían soportado con buena voluntad las injurias y villanías que les prodi– gaba, con tal de acrecentar el mérito de su paciencia, pero no podían tolerar las que profería contra el Cristo y contra su madre. Resolvieron, pues, abandonar al le– proso, pero no antes de haber contado todo exactamente a San Francisco, que entonces se encontraba cerca de la leprosería. "Cuando le contaron todo, San Francisco fué en busca ·del mal leproso: "-Que Dios te dé la paz, mi muy querido hermano - le dijo cuando estuvo ante él.

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