BCCCAP00000000000000000000793

135 el Maestro se placía en llevarle como compañero en sus correrías misionarias. Un día e.aminaban juntos, cuando llegaron a la en– crucijada de los caminos que conducen a Siena, Arezzo y Florencia. -¿Cuál seguiremos? - preguntó Masseo. -El que Dios quiera. -¿Pero cómo sabremos cuál es el que Dios quiere? -Vas a verlo. Ve a colocarte en el cruce de los ca- minos, empieza a dar vueltas como hacen los niños y no te detengas hasta que yo te diga. El hermano Masseo empezó a dar vueltas; se mareó y se cayó. Se levantó y cayó otra vez. Al fin Francisco le gritó: -¡Para! ¿De qué lado estás mirando? -Hacia Siena. -Pues bien, Dios ha querido que vayamos a Siena. Ese medio de determinarse no es, sin duda, de uso común en la vida, pero Francisco empleará aún algunos otros, análogos si no por la forma al menos por el fondo. Hasta aquí hemos visto a los hermanos reunidos en sus ermitas o recorriendo los caminos para predicar el arrepentimiento. Sería, sin embargo, un error imagi– narse que a eso se reducía toda su vida. Es de toda ne– cesidad para comprender a los primeros franciscanos, olvidar lo que pudieron ser después, y lo que son los mon– jes en general: si la Porciúncula era un monasterio, era también un taller en el que cada hermano continuaba en el oficio que ejercía antes de ingresar en la Orden; pero lo que resulta aún más extraño para nuestras cos– tumbres es que los hermanos se colocaban con frecuen– cia como criados. El caso del hermano Egidio no fué una excepción, era la regla. Ello duró poco, porque en seguida los hermanos que entraban en las casas como sirvientes fueron trata– dos como huéspedes de distinción; pero al principio fue– ron realmente criados, y se encargaban de los trabajrn:3 más viles.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz