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134 tradicción tan absoluta con sus hábitos y sus aspiracio– nes, porque la aristocracia intelegtual del siglo XIII puso la alegría perfecta en la ciencia, mientras· que el pueblo la ponía en los milagros. Sin duda que no hay que olvidar las grandes familias místicas que, a través de la Edad Media, fueron refugios de las almas más bellas, pero no tuvieron jamás esa her– mosa simplicidad. La Escuela es siempre más o menos el pórtico de ese misticismo; sólo es posible a refinados elegidos; una campesina piadosa no puede comprender la Imitación. Podríase decir que toda la filosofía de San Francisco está contenida en ese capítulo de los Fioretti. Nos anun– cia cuál será su actitud con respecto a la ciencia y nos ayuda a comprender cómo este santo fué tan pobre tau– maturgo. Doce siglos antes Jesús había dicho: "Felices los po– bres de espíritu. - Felices los que sufren". Las pala– bras de San Francisco son el comentario de las de Jesús, pero el comentario es digno del texto. Algo queda por decir de otros dos discípulos siempre estrechamente unidos al hermano León en los recuerq.os franciscanos, Rufino y Masseo. Hijo de familia noble emparentada con la de Santa · Clara, Rufino pronto se hizo notar en la Orden como visionario y extático, pero era extremadamente tímido, lo que le impedía predicar: por eso se le encuentra siem– pre en las ermitas más solitarias, en las Carceri, en el Alverno, en Greccio. Masseo, de Marignano, pueblecito de los alrededores de Asís, era todo lo contrario: hermoso, bien plantado, espiritual, atraía las miradas por su bella estampa y tenía gran facilidad de palabra. Por todo ello ocupa un lugar aparte en la tradición franciscana popular. La merece: San Francisco, para probar su humildad, le hizo por– tero y cocinero de la ermita, pero en estas funciones Masseo supo ser tan perfecto Menor que desde entonces

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