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11 ria de la Revolución. Y tú, dijo a Paul Sabatier, poniéndole la mano en el hombro antes que se negara, tú serás el historiador del Seráfico Pa– dre. Te envidio: san Francisco sonrió siempre a sus historiadores... El salvó a la Iglesia en el siglo XIII, y su esp{ritu ha permanecido ex– traordinariamente vivo desde entonces. A san Francisco le necesita– mos, y si sabemos buscarle, volverá... " Vinieron a anunciarle que el coche le esperaba; entró en él con di– ficultad, y de la portezuela, que ten{a entrabierta, emocionado y jovial les gritó: "¡Adiós, muchachos!" A pesar de su delicada salud, Paul Sabatier no olvidó el cometido que le confió el profesor y maestro, Ernesto Renan. A partir de 1894 no ceja en su empeño de profundizar las fuentes históricas sobre san Francisco y la vida religiosa de todo el siglo xm. Así, entre el 1898 y el 1909 publica, personalmente o en colaboración, una obra de ex– traordinario relieve, relativa al mundo franciscano: "Colletion de Do– cuments pour !'historie religiouse et litteraire du Moyen Age". en la que .se afrontan problemas de fondo respecto a personas clave del franciscanismo primitivo. En dicha "Collection" se añadieron más tar– de, entre 1903 y 1919, dieciocho volúmenes, que Sabatier tituló, "Opuscules de critique historique". En audiencia con el papa Pío X Además de su ferviente dedicación a los orígenes del francisca– nismo, Sabatier estudió y vivió intensamente el movimiento moder– nista de su época. El tema de la separación de la Iglesia y Estado le obsesionaba. En su obra "A propos de la separation des Eglises et de l'Etat", defiende con viveza la política francesa de neutralidad en el confrontamiento de las Iglesias, lo que suponía en realidad, para la opinión del sector católico, una política a favor de la Iglesia protes– tante. Sus artículos sobre el Modernismo, reproducidos por el "Ti– mes" de Londres, alcanzaron amplia y extraordinaria resonancia. Buscador y amante de la paz en los años de la primera guerra mundial, deseaba ser recibido por el papa Pío X, a quien admiraba y respetaba en gran manera. Pidió audiencia y se la concedieron. Desea– ba llegar a un acuerdo con el Papa respecto a Francia. Pío X le dirigió unas breves palabras que le impresionaron mucho y le dejaron pensa– tivo, como si detrás de una máscara ocultara la verdad: "Señor Saba-

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