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125 Adorad al Señor, Dios todopoderoso, en la Trinidad y en la unidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Arrepen– tíos, haced frutos dignos del arrepentimiento, porque sa– béis que moriremos pronto. Dad y os será dado. Perdo– nad y se os perdonará; porque si no perdonáis, Dios :no os perdonará. Felices los que mueren arrepentidos, por– que estarán en el reino de los cielos. . . Abstenéos cui– dadosamente de todo mal, y perseverad hasta el fin en el bien." Se ve cuán simple y qué moral era esa primera pre– dicación franciscana. La maleza del dogma y de la esco– lástica está totalmente ausente. Para comprender la no– vedad y lo confortante que todo eso fué para las almas hay que estudiar los discípulos que vini_eron después. Con San Antonio de Padua (fallecido,el 13 de junio de 1231, canonizado en 1233), que fué el más ilustre, la caída es inmensa; la distancia entre estos dos hombres.es tan grande como la que separa a Jesús de San Pablo. · No acuso al discípulo; era de su tiempo, no sabiendo decir con simplicidad lo que pensaba, queriendo siempre quintaesenciarlo, o extraerlo por esfuerzos a la vez labo– riosos y pueriles de pasajes de la Biblia desviados de su sentido natural: lo que los alquimistas hacían combi– nando sin cesar mezclas extrañas, y figurándose que ex– traerían oro, los predicadores lo hacían sobre los textos para sacar de ellos la verdad. · La originalidad de San Francisco es por ello más bri– llante y más meritoria; reaparece .con él la simplicidad evangélica. Como la alondra, con la que le gustaba com– pararse, sólo se sentía cómodo en pleno cielo. Así fué hasta su muerte. La epístola a todos los cristianos, dic– tada en las últimas semanas de su vida, repite las mismas ideas en los mismos términos, con algo más de ternura y un matiz de tristeza. El viento de la tarde que le golpea el rostro y se lleva sus palabras, le hace un misterioso acompañamiento. "Yo; hermano Francisco, el más insignificante de vuestros servidores, os ruego y os conjuro por el Amor