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124 amores. Durante veinte años la sirv10 sin desfalleci– miento, a veces con ingenuidades que parecían infantiles si algo infinitamente sincero y sublime no detuviera la sonrisa sobre los labios de los más escépticos. La Pobreza convenía maravillosamente a esa necesi– dad que los hombres sentían entonces, y que tal vez han perdido menos de lo que comúnmente se piensa, de tener un ideal muy elevado, muy puro, misterioso, inaccesible, y de representárselo, sin embargo, bajo forma concreta. A veces algunos discípulos privilegiados vieron a la Dama bella y pura descender del cielo para saludar a su esposo, pero visible o no, se mantuvo siempre al lado de su amante de la Umbría, como había estado al lado del Galileo, en el establo de la natividad, sobre el cadalso del Gólgota y hasta en la tumba en que reposó su cuerpo. Durante algunos años ese ideal no fué sólo el de San Francisco, sino también el de todos los Hermanos. En la pobreza la gente poverella había encontrado la seguridad, el amor, la libertad, y todos los esfuerzos de los nuevos apóstoles tenían por objeto la conservación de ese pre- cioso tesoro. _ A veces ese culto se extralimitaba un poco. Tenían para su esposa esos esmeros, esas sutilidades tan fre– cuentes en la aurora de los esponsales, pero que se ol– vidan poco a poco y que se hacen incomprensibles a la larga. Sin embargo el número de los discípulos crecía sin cesar, y se contaban nuevos reclutas casi cada semana: el año 1211 fué, sin duda, consagrado por Francisco a una jira por Umbría y por las provincias limítrofes. Sus predicaciones eran breves llamados a la concien– cia de sus oyentes; les daba su corazón en indecibles acentos, tan inauditos que cuando querían repetir lo que habían oído eran incapaces de ello. La Regla de 1221 nos ha conservado un resumen de esos llamados: "He aquí una exhortación que todos los hermanos pueden hacer cuando lo crean conveniente: temed y honrad a Dios, alabadle y bendecidle. Dadle gracias.

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