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123 lazo es tan indisoluble, que después de haber vivido cierto tiempo en compañía de San Francisco, que, a la lectura de ciertos pasajes de sus biógrafos, se ve el sitio donde el hecho referido pasa; se oye el ruido confuso de los seres y de las cosas en ese momento, absolutamente como al leer ciertas páginas de un autor amado se oye el sonido de su voz. El culto .de los primeros Franciscanos por la pobreza nada tuvo de ascético ni de horroroso; nada que nos re– cuerde a los anacoretas o a los nazires israelitas; fué para ellos como una prometida, y como verdaderos enamora– dos no sentían las fatigas que sufrían por ir a su en– cuentro o por permanecer a su lado. La lor concordia e'lor lieti sembianti, Amor e meraviglia e dolce sguardo Facean esser cagion de' pensier santi (1). Trazar el retrato de un caballero ideal a principios del siglo XIII, es trazar el retrato del mismo Francisco, con la diferencia que, lo que los otros hacían por su Dama, él lo hacía por la Pobreza. Esta comparación no es un simple capricho; él mismo lo ha sentido profunda– mente y lo ha expresado con claridad perfecta, y tan sólo teniendo presente esa comparación puede comprenderse bien el fondo mismo de su corazón. Hay que retroceder hasta Juan de Parma y Jacopone da Todi para encontrar almas iguales. Se ha escrito una vida de San Francisco como trovador, y mejor se habría podido escribir una como caballero, porque esa es la ex– plicación de toda su vida y como el corazón de su corazón. Desde la noche en que despreciando los cantos de sus amigos detenido eh una .encrucijada vió aparecer a su prometida, la Pobreza, y la juró fe y amor, hasta la tarde en que exhaló su vida, desnudo sobre la tierra desnuda de la Porciúncula, puede decirse que todos sus pensamientos se dirigieron a la Dama de sus castos (1) Dante, Paraíso, canto XI, versos 76-79.

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