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10 por las Bellas Artes, a las que dedicaría las horas que le dejaba libre el estudio de la teología. En 1885 defiende su tesis, "La Didaché on l'enseignement des douze apótres", obteniendo la licenciatura en teología. Joven y lleno de celo apostólico se traslada a Strasbourg, donde ejerce por un tiempo de vicario del pastor de la Iglesia de Saint-Nico– lás, monsier Freydinger. Habiendo éste presentado su dimisión, pro– pone a Sabatier para sucederle, pero declina la invitación ya que su de– seo es volver a Francia. Sin embargo conservaría siempre buenos ami– gos en Strasbourg, a los que dedicará su "Vie de saint Fran9ois d'As– sise", escrita en 1893, y de la cual hablaremos luego. Ernesto Renan le descubre san Francisco A Paul Sabatier le corresponde la gloria de despertar entre los es– pecialistas un interés extraordinario por el tema franciscano y hacerle tomar un insospechado vuelo. Veamos cómo nos cuenta él mismo el origen de su vocación por el franciscanismo. Una mañana de diciembre de 1884, terminada la lección de he– breo en el colegio de Francia, Ernesto Renan conversaba con unos cuantos alumnos que, antes de salir del aula, se habían agrupado en su derredor. Esparaban que el maestro, con su habitual familiaridad, aña– diría a la lección técnica, alguna reflexión de orden general, donde se manifestase, no ya el sabio y el erudito, sino el filósofo, el padre, el anciano en el ocaso, más preocupado por las cosas eternas de lo que parecía. Repitiendo un versículo del evangelio que a menudo solía citar, esa vez dijo: "Sí, María ha elegido la mejor parte"; lo más permanente en el fondo de la historia es el esfuerzo religioso. Ahí está el alma, ahí está la vida. Luego, mirando al suelo, como si hubiese contemplado abierta allí su tumba... añadió: "Cuando comencé, era mi ilusión dedi– car mi vida al estudio de tres períodos. Benditas ilusiones de la juven– tud! Tres períodos: los orígenes del cristianismo con la historia de Is– rael; la Revolución Francesa y la maravillosa renovación religiosa lle– vada a cabo por san Francisco de Asís. No he podido terminar sino el primer tercio de mi programa. Pero usted, Señor Leblond, dijo a un joven que parecía rebosar de salud, pero que murió al poco tiempo víctima de exceso de trabajo, es preciso que sea el creador de la histo-

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