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111 de Francisco, es necesario olvidar nuestras costumbres contemporáneas y transportairse por el espíritu a la catedral de Asís en el siglo XIII; está aún incólume, pero los siglos han dado a sus piedras una pátina de bronce bruñido que recuerda a Venecia y los tonos de oro rojo del Ticiano. Entonces era nueva, de brillante blancura, con el hermoso tinte algo rosado· de las piedras del monte Subasio. La edificaron las gentes de Asís bajo uno de esos ímpetus de fe y de unión que fueron en toda Italia preludio del movimiento comunal; así, cuando la inva– dían t;n días de solemnidades, no quedaban embargados por ese vago respeto por el lugar santo que, habitual en las costumbres de otros países, ha sido siempre descono– cido para los italianos, sino que se sentían como en su propia casa en aquel palacio que ellos mismos se habían construído. En su catedral, mejor que en ninguna otra iglesia, juzgaban al predicador y no titubeaban en pro– barle, ya por sus murmullos o por sus aplausos, el caso que hacían de sus palabras. Ha de recordarse también que las iglesias de la Península no poseen bancos ni sillas; los feligreses tienen que escuchar de pie o arrodillados a un predicador que se pasea o gesticula sobre una tri– buna; a lo que hay que agregar la curiosidad de todos, las simpatías bulliciosas de muchos, la oposición disimu– lada de otros, y se tendrá vaga idea de las condiciones en que Francisco abordó la cátedra de San Rufino. El éxito fué rotundo. Los pobres sintieron que ha– bían hallado un amigo, un hermano, un defensor, casi un vengador. Las ideas que apenas osaban murmurar en voz baja, Francisco las gritaba, atreviéndose a acon– sejar a todos sin distinción hacer penitencia y amar al prójimo. Sus. palabras eran gritos del corazón, un llamado a la conciencia de todos sus conciudadanos, algo que re– cordaba mucho los acentos apasionados de los profetas de Israel. Como los testigos de Jehová, el pobrecito de Asís había tomado el saco y la ceniza para denunciar las iniquidades de su pueblo; como ellos tenía el valor y el

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