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105 mendigar de qué comer, otros, en la soledad de aquella cueva, gozaban de la felicidad de estar juntos, formaban mn proyectos, y saboreaban más que otras veces el en– canto de la indolencia y del renunciamiento a los bienes materiales. · · El lugar ejercía sobre ellos tanta atracción que al cabo de quince días tuvieron que hacer un acto de ver– dadera voluntad para abandonarlo. La seducción de la vida puramente contemplativa iba dominando a Fran– cisco, que ya se preguntaba si, en vez de ir a predicar a la multitud, no sería mejor vivir alejado por completo del mundo, únicamente dado al diálogo interior del alma con Dios. 1 Veremos muchas veces reaparecer en su vida esta as– piración al reposo egoísta del claustro; pero el amor ob– tendrá la victoria. Era demasiado hijo de su tiempo para no sentirse tentado a veces por esa felicidad que la Edad Media consideraba como el supremo goce de los elegidos del paraíso: la paz. ¡ Beati mortui quia quiescunt! Su gran originalidad fué no haber cedido jamás a ese im– pulso. Las reflexiones de Francisco y de sus compañeros du– rante su estadía en Orto hicieron más clara y más im– perativa su misión de apóstoles. El, sobre todo, parecía dominado por ardor renovado y anhelaba, como un ar– diente caballero, arrojarse a la lucha. Avanzaron en el valle del Nera. El contraste entre estas frescas gargantas, llenas de mil voces, y la desola– ción de la campaña de Roma, debió herirles vivamente: el río es un torrente, que corre tan ruidosamente entre guijarros, piedras y rocas que parece conversar con ellos y con los árboles de las selvas cercanas. Así como .en el camino de Roma a Otricoli el viajero se siente abando– nado, aquí se ve rodeado por la vida, la fecundidad y la alegría del paisaje. El relato de Tomás. de Celano se hace tan vivaz al contar la vida de Francisco en esta época, que parece evidente que debió verlo entonces y que este primer en-

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