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100 "Después el rey mandó recado a la mujer para que enviase a su corte todos los hijos que había concebido, para que allí se criasen y creciesen. "Yo soy, muy Santo Padre -agregó Francisco-, esa pobre mujer que el buen Dios en su amor se ha dignado hacer bella, y con la que se ha complacido en tener hijos legítimos. El rey de los reyes me ha dicho que susten– tará a todos los hijos que tendrá de mí, porque si sostiene a bastardos, bien ha de alimentar a sus hijos legítimos." Tanta simplicidad, unida a tan piadosa obstinación, convenció al fin a Inocencia. En el humilde mendicante entreveía un apóstol y un profeta cuya boca ningún poder podría cerrar. Si se sentía él mismo sucesor de San Pedro y vicario de Jesús-Cristo, había visto elevarse ante él un hombre vil y despreciado, que con la auto– ridad de la fe absoluta, se proclamaba fuente de una nueva prole de cristianos bien legítimos. Los biógrafos han creído que, por esta parábola, Fran– cisco quiso sobre todo tranquilizar al Papa sobre la suerte de los Hermanos; habría sido una respuesta a las preocu– paciones del Pontífice, que temía verlos morir de ham– bre. Es evidente que en su origen debió tener un sentido completamente diferente. Muestra que a pesar de su hu– mildad, Francisco sabía hablar alto, y que todo su res– peto por la Iglesia no le impedía ver y decir, cuando era necesario, que él y sus hermanos eran hijos legíti– mos del Evangelio, en tanto que los miembros del clero no rean más que extranei. Encontramos en su vida muchos ejemplos de esa auda– cia indomable que desarmó a Inocencia III y a veces también al futuro Gregario IX. En un consistorio que tuvo lugar sin duda entre las dos audiencias, algunos de los cardenales expresaron la opinión que la iniciativa de los penitentes de Asís era una novedad y que su género de vida se encontraba muy por encima de las fuerzas humanas. --Pero si se pretende -observó el cardenal Juan de San Pablo- que observar la perfección evangélica y hacer

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