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C.J. Gil Arbiol Pablo y la porneia 2 citada: “La que tenga con qué se adornará; la que no pueda se lo pedirá a su marido. ¡Lástima de marido si se deja ablandar o si resiste! Pues lo que él no le dé por sí mismo, su mujer se lo pedirá a otro…” (Tito Livio, XXXIV,1). Esta rebelión amenazaba valores fundamentales y el ansia de lujo podía llevar al adulterio y a la libertad de la mujer respecto del varón. En el año 19 d.C., Vistilia, una mujer de alto linaje, fue acusada de adulterio. En su intento de evitar la condena (y la persecución subsiguiente) adujo que no era “responsable legal” puesto que estaba inscrita como prostituta ante el edil (magistrado al cargo del orden de las calles). Las/os prostitutas/os no estaban penadas por relaciones sexuales con mujeres o maridos casados, por lo que no había pena legal aplicable en ese momento. El senado se encontró con un serio problema porque Vistilia había encontrado un “agujero” legal para actuar con independencia de la ley, de modo que reaccionó desproporcionadamente a la acción: en primer lugar, decretó la absoluta prohibición de que cualquier mujer cuyo abuelo, padre o marido perteneciese a la clase ecuestre se dedicase a la prostitución; en segundo lugar desterró a Vistilia a la isla de Serifos; en tercer lugar acusó a su marido de lenocinio ( maritus-leno ) porque no había cumplido con sus obligaciones de control de su mujer (cf. Tácito, Annales , 2,85,1-3). La medida refleja que el senado reaccionó, no contra el comportamiento de Vistilia propiamente, sino contra la amenaza simbólica y social de su argumento y las posibilidades de libertad y autonomía que se abrían a las mujeres de la elite. En este contexto podemos entender perfectamente la función social que tenía la prostitución en el siglo I. Los/as prostitutos/as y proxenetas estaban en lo más bajo de la escala social; su situación era muy ambigua porque era comprendida como una desgracia, pero ejercía una función de control social necesaria: servían para diferenciar los comportamientos sexuales adecuados de los inadecuados. ¿Cómo ocurre esto? El adulterio y la “fornicación criminal” estaban asociados al estatus de la mujer (el varón no era definido por su honorabilidad, que se suponía en este caso). Si la mujer que intervenía era una mujer respetable (p.ej . mater familias ) tanto ella como él eran responsables ante la ley; sin embargo, si el estatus de la mujer era inferior, ninguno de los dos era responsable legal, y ambos estaban exculpados. Así, colocando a las prostitutas en lo más bajo de la escala social se conseguía que las relaciones sexuales con ellas no estuviesen penalizadas. Esta estrategia tenía dos objetivos inmediatas, directamente relacionadas entre sí: el primero, defender y proteger a las mujeres respetables haciéndolas inaccesibles a todos los varones que no fueran su marido; y el segundo, exonerar y legitimar las relaciones sexuales con mujeres no respetables (prostitutas, esclavas...). Las prostitutas, pues, tenían un papel simbólico fundamental: representaban la vergüenza social y protegían a las mujeres respetables. La hipocresía social, más allá de otras valoraciones morales o psicológicas, se servía de ellas para marcar los territorios y protegerse de la falta de control de las pasiones. Las tasas que tenían que pagar revela, por otra parte, la explotación de este “servicio social” y la legitimación que suponían. Por cada “acto” de prostitución debían pagar una cantidad; como era difícil en muchos casos llevar una contabilidad, hubo un debate sobre la actividad media de “actos” de cada prostituta para establecer así unos cánones fijos. En el periodo de Augusto (segunda mitad del siglo I a.C.), las medidas de control de la prostitución se dirigían contra los practicantes, no contra la institución misma, que se mantenía y regulaba. Se consideraba lícita, aunque moralmente tuviera valoraciones negativas, porque protegía al matrimonio del adulterio. De hecho, cuando se intentó abolir la prostitución y proclamar la continencia (autocontrol) de las pasiones como virtud cívica, las fronteras entre lo lícito y lo ilícito (matrimonio y adulterio) se diluyeron porque el control de las pasiones dependía únicamente de la fuerza de voluntad, no de datos objetivos; quienes no tenían (o querían) autocontrol suponían una amenaza para el

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