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16 ¿Qué se sabe de... Pablo en el naciente cristianismo chos años después, para entender cómo se transformó la memoria de Pablo. Tertuliano de Cartago (160-220 d.C.) primero y después Agustín de Hipona (354-430 d.C.) sentaron las bases para una lectura de Pablo marcada por un antagonismo: los cristianos creían en la gracia como condición de salvación y en el individuo como sujeto receptor de ese don divino inalcanzable de otro modo; los judíos creían en el es- fuerzo y el mérito propios, así como en el pueblo de Israel como su- jeto colectivo de los favores divinos. El enfrentamiento de Agustín con Pelagio, que defendía que era posible vivir una vida sin pecado porque las personas estaban dotadas de libertad y voluntad, determi- nó para los siglos posteriores la lectura hegemónica de Pablo, princi- pal argumento de Agustín para defender que todas las personas son pecadoras y que solo Dios determina quién es salvado y quién no. Pablo se leyó a partir de este momento como el apóstol de la gracia que dio identidad al cristianismo frente al judaísmo que se apoyaba en las propias fuerzas y estaba abocado a la perdición. Cuando Lutero entra en escena en el siglo xvi, la situación no había cambiado mucho. Su lectura de Pablo, especialmente de algunos pa- sajes como Rom 1,17 («El justo vivirá por la fe»), le permitió esta- blecer un básico principio: la gracia de Dios es primera, gratuita; las acciones buenas vienen después, como consecuencia de aquella, nunca como condición para ganarla. Esta interpretación tuvo en Lutero un fuerte componente biográfico. Me parece muy clarifica- dor dejarle hablar a Lutero un momento, quien en el prólogo de la edición en latín de sus obras completas escribió lo siguiente: Me sentí acuciado por un deseo extraño de conocer a Pablo en la car- ta a los Romanos; mi dificultad estribaba entonces no en la entraña sino en una sola palabra que se halla en el cap. primero: «La justicia
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