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Carlos Gil Arbiol 60 | Cuestiones Teológicas, Vol. 45, No. 103 (Enero-junio, 2018) intrajudío verdaderamente se expandió y creció tras la muerte de su iniciador, cuando algunos de sus discípulos y discípulas anunciaron que Dios lo había resucitado. Es casi un consenso entre los estudiosos referirse a estos testimonios y experiencias para hablar del inicio del nacimiento del cristianismo; esta explicación subraya que la resurrección impulsó un proceso de interpretación de lo acontecido que llevó a un imparable anuncio de su novedad (especialmente lo referido a su contenido teológico) más allá de las fronteras de Israel. Sin embargo, también es posible presentar este proceso de gestación de lo que se llamará cristianismo desde el acontecimiento histórico de la vida y muerte de Jesús, una vida que acaba trágicamente, que provocó un trauma y diversos modos de superación que, una vez concluidos, permitieron hablar de resurrección. Esta mirada alternativa se basa, fundamentalmente, en los datos escriturísticos, donde el recuerdo de la muerte de Jesús parece ocupar un lugar prioritario frente a otros temas y recuerdos de él. Desde esta perspectiva, podríamos decir que el naciente cristianismo comienza con un aparente fracaso, una muerte, que se experimenta, se recuerda, se reflexiona y se explica satisfactoriamente, permitiendo anunciar la resurrección de aquel crucificado. Algunos autores, como Gerd Theissen (2002), han llamado al trauma de la cruz «disonancia religiosa»: La disonancia religiosa que estaba sin resolver era la contradicción entre las expectativas sobre un carismático envuelto en aura mesiánica y su fracaso en la cruz. Su mensaje en vida había prometido que el reinado de Dios, ya iniciado, resolvería la contradicción entre la esperanza de Israel en la recuperación de la independencia y la permanente dependencia de potencias extranjeras [...] Pero la crucifixión pareció difundir un mensaje muy distinto: las esperanzas de restauración de Israel eran vanas y toparían con la resistencia de los romanos. La crucifixión era el castigo ordinario para esclavos y sediciosos, y venía a decir: así les ocurrirá a todos los que esperen un cambio radical o quieran provocarlo (pp. 65-66). La cruz provocó, pues, en los discípulos y discípulas de Jesús una discrepancia entre la realidad y su percepción, puesto que las expectativas mesiánicas que habían depositado en él se vieron frustradas. Esto les obligó
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