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Carlos Gil Arbiol: Los orígenes del cristianismo tos comunes que comparten los textos que fueron considerados Sagrada Escritura en este tiempo, frente a los que no, ¿qué rasgos definen a los creyentes que están detrás de unos textos frente a los otros? Esta pregunta se ha respondido inten– tando recopilar los criterios doctrinaleS o teológicos de canonicidad en función de los cuales se establecieron los libros sagrados, aunque resulta más adecuado una vi– sión de conjunto que establezca, además de aquellos, otros de carácter social, his– tórico y polític0 69 . De acuerdo a ello hay que recordar que no existe un criterio único de canonicidad, sino un complejo conjunto de factores entre los que desta– can: el carácter comunitario de los escritos frente a los libros de carácter o uso pri– vado; la defensa doctrinal frente a los grupos considerados desviados (ó heréticos); la antigüedad y autoridad de los textos (o su "apostolicidad"); el uso que se hizo de ellos 7o ; las ciudades (sus conexiones y protagonismo en la expansión del cristia– nismo) en las que se utilizaba; la relación que mantenían con el AT; su uso litúrgico, catequético o apologético; el protagonismo (o no) de las mujeres; etc. Teniendo esto en cuenta vamos a tomar como ejemplo el debate a propó– sito de la "ortodoxia" de los libros sobre Jesús que, como hemos dicho, prolife– raron en el siglo n. Muchos de ellos no pretendían suplantar a los anteriores sino, más bien, completar puntos poco tratados o responder a una demanda creciente de material devocional (este es el rasgo que predomina, por ejemplo, en los evan– gelios de la infancia de Jesús, como el Protoevangelio de Santiago o el Evange- 69 Cf.lleboUe Barrera, La Biblia judía y la Biblia cristiana: introducción a la historia de la Biblia, 261– 284; BartD. Ehrman, Cristianismos perdidos: los credos proscritos del Nuevo Testamento (Barce– lona: Ares y Mares. 20(4), 333-373. 70 Es el caso, por ejemplo, del Evangelio de Pedro. Serapión, obispo de Antioquía a finales del siglo 1I, permitió que la comunidad cercana de Rosus leyera el Evangelio de Pedro porque, aunque no lo había leído con detenimiento, no había encontrado en él nada reprochable. Sin embargo, un poco más tarde, cuando algunos cristianos le denuncian que los docetas lo estaban utilizando para justificar su desviación doctrinal, Serapión escribió a aquellos: "Ahora que hemos podido mane– jar el libro en cuestión y leedo con detenimiento, hemos comprobado que la mayor parte del con– tenido está conforme con la recta doctrina del Salvador, si bien se encuentran algunas afirmaciones ~uevas que sometemos a vuestra consideración" (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica VI,12,4– 6); su respuesta es de prudencia. Eusebio de Cesarea, siglo y medio más tarde, cuando este texto había sido excluido por el uso que los docetas hacían de él, reconstruye su historia haciéndolo pro– venir, directamente, de los herejes (lbid., VI,12,1-6). Al leer hoy este texto parece claro que por sí no ofrece problemas doctrinales, sino algunas ideas que podían ser, y de hecho fueron, interpreta– das como docetistas, lo que llevó a vincularlo con grupos sectarios y así a excluirlo de las listas. Cf. Gil Arbiol, "La 'Reconstrucción' de la Biblia: Los apócrifos y la memoria", 65-68.

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