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! 1 •...... \' .. .":. I '1 .¡. {. ':f;·, Carlos Gil Arbiol: Los orfgenes del cristianismo no es tanto el contenido de esas falsas enseñanzas sino, sobre todo, saber "de' quién se han aprendido" las enseñanzas (2Tim 3,14). Parece claro que la sana doctrina está, fundamentalmente, vinculada a quienes la transmiten, más que a su conte– nido. Las cartas pastorales, consecuentemente, se detienen más en describir a los ministros fieles y establecer mecanismos de control sobre quienes transmiten la doctrina. No obstante, el contenido de esta falsa doctrina aparece mencionado en 1TIm 4,3, donde se dice, entre otras cosas, que esos prohiben el matrimonio. Estos datos mencionados que radiografían a los falsos doctores tiene su contrapunto en unas referencias de los Hechos Apócrifos de Pablo yTecla6 1 . Tecla aparece en este texto como una mujer comprometida en matdmonio que al es– cuchar a Pablo renuncia a su destino para conveitirse en apóstol; la ruptura de las expectativas sociales patriarcales le trae un sinfín de problema~ con su familia y sociedad, hasta el punto de enfrentarse varias veces a sentencias de muerte (de las que sale milagrosamente indemne). Tecla representa a las mujeres creyentes que no aceptaron el rol exclusivamente doméstico y sumiso que las pastorales que– rían asignarles; de este modo, los Hechos Apócrifos de Pablo y Tecla se convirtie– ron en legitimadores de otro modo de organizar la ekklesía, donde el modelo patriarcal no tenía el protagonismo de que gozó en la tradición deuteropaulina 62 . Así, la comunidad aparece como una casa alterada en el que la mujer tiene mayor protagonismo; se concibe según unrnodelo de resistencia social. No obstante, ade– más de las dificultades sociales que un modelo así tiene cuando se trata de per– petuarse en el tiempo, esta tradición de los Hechos Apócrifos estllvo fuertemente influenciada por corrientes encratitas que aumentaron la distancia respecto del mundo y lastraron su futuro. Respecto al segundo ejemplo, la tendencia gnóstica de algunos creyentes en Jesús (como los que aparecen tras tradiciones contenidas en los evangelios apócrifos de Felipe, Judas o en Marción)63 les llevó a exagerar el mito cristiano 61 Para la versión bilingüe (griego-castellano), ver: Antonio Piñero Sáenz y Gc;mz~lo del Cerro Cal– derón, Hechos apócrifos de los apóstoles. 1I, Hechos de Pablo y Tomás (Madrid: Biblioteca de Au– tores Cristianos, 2005), 733-773. 62 Cf. Margaret Y. Macdonald, Las mujeres en el cristianismo primitivo y la. opinión pagarla (Estella: Verbo Divino, 2004), 186-216. 63 Podríamos incluir, quizá, el Evangelio de Juan; de hecho, el primer evangelio en ser comentado fue éste y por un gnóstico, Heracleon, en torno al 160 d.C.; d. Fernando Rivas Rebaque, "El naci– miento de la Gran Iglesia", en: Aguirre, AsE empezó el cristianismo, 445-448.

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